
La partida progresa. A la vista están los errores que he ido acumulando, pero me digo que aún me queda tiempo para enmendarlos, que debo concentrarme en lo que está por caer y no en lo que ya ha caído. Tengo fé en que tarde o temprano llegarán las piezas que necesito y los huecos se irán llenando; pero el reloj sigue corriendo y esas ansiadas piezas no acaban de materializarse. El juego se acelera, el tiempo apremia, y mi margen de maniobra se reduce. A ratos, miro de reojo los huecos que he ido dejando y me escuece el recuerdo de las meteduras de pata que los provocaron. Si hubiera estado más espabilado, no me encontraría en esta situación. Más de una vez aparecieron las piezas correctas y yo no las supe reconocer, o me faltaron reflejos para buscarles sitio. Supongo que también pequé de despreocupado y de perezoso. Siempre di por hecho que me sería facil remontar; pero las cosas se ven de manera diferente ahora que los errores se amontonan, ahora que nos acercamos peligrosamente al techo.